Análisis de Ninja Gaiden 4 – El Maestro Regresa
Ninja Gaiden 4 es un crudo y violento recordatorio de por qué la saga definió en su día el género de acción y personajes. Se mueve con velocidad y seguridad, impulsado por un combate preciso y una energía implacable. La colaboración entre Team Ninja y Platinum Games revive una identidad perdida durante más de una década, recuperando el caos controlado que convirtió a Ryu Hayabusa en leyenda e incorporando una propuesta más fresca gracias al talento de Platinum para el refinamiento visual y mecánico.
En su reseña para GameSpot, Richard Wakeling la describe como “una secuela emocionante que bien vale la pena la espera de una década”. Su valoración marca la pauta para un juego que respeta su legado al tiempo que intenta superarlo, aprovechando la experiencia de ambos estudios en cuanto a un sistema de combate que se siente ganado, no regalado.
«La fusión de la precisión de Team Ninja y el dinamismo de Platinum hace que cada golpe se sienta a la vez calculado y teatral», escribe Wakeling. «Es un ritmo de violencia embriagador que pocos estudios podrían lograr sin tropezar con su propia ambición».
La historia comienza en un Tokio postapocalíptico y empapado: una ciudad desierta, sumida en la miasma y acechada por la sombra esquelética del Dragón Oscuro. El escenario crea más atmósfera que sustancia narrativa, un lugar donde la violencia se desata. Yakumo, un nuevo protagonista del Clan del Cuervo, cobra protagonismo. Más que una reinvención, es un reflejo de sí mismo: estoico, emocionalmente transparente, pero atrapado en los mismos hilos narrativos que siempre han lastrado la saga. Ryu Hayabusa regresa, pero relegado a un papel secundario; sus misiones repiten escenarios y se enfrentan a viejos jefes sin apenas recompensa.

La debilidad de la historia es conocida y casi intencionada. Ninja Gaiden 4 no se preocupa por contar una trama compleja; su función es proporcionar movimiento y motivación, una excusa endeble para matar, sobrevivir y avanzar. Sus puntos clave —la lluvia maldita, los sellos rotos, la carrera para resucitar y destruir al Dragón Oscuro— se sienten más como ruido de fondo que como algo realmente en juego. Pero donde flaquea en la narrativa, sobresale en la sensación. La fluidez entre movimiento y asesinato nunca ha sido mejor, cada acción enlazando con la siguiente en un lenguaje visual magistral.
El combate es la verdadera prueba de su valía. Los fundamentos de Team Ninja se mantienen: comandos rápidos, respuesta precisa y castigo por descuidos. La aportación de Platinum reside en el refinamiento: el ritmo de los bloqueos, la elegancia de las esquivas perfectas, la animación que transforma una defensa instantánea en un momento cinematográfico. Aún puedes arrasar con hordas de enemigos usando Izuna Drops, Flying Swallows y Guillotine Throws, pero la jugabilidad es más fluida y las transiciones más limpias. Incluso la cámara, un problema recurrente en la saga, por fin funciona correctamente.

Dos nuevas mecánicas definen esta entrega: la forma Cuervo de Sangre de Yakumo y la forma Resplandor de Ryu. Cada una se activa mediante una barra de energía, sacrificando velocidad por un poder abrumador. El Cuervo de Sangre otorga a Yakumo una fuerza brutal y arrolladora que transforma sus armas en monstruosas extensiones de furia: espadas largas, taladros o garras que atraviesan guardias y muros por igual. La forma Resplandor de Ryu responde con elegancia, canalizando ataques ultrarrápidos que recuerdan a su clásica Técnica Definitiva. Ambas formas evolucionan mediante mejoras, creando conjuntos de movimientos secundarios que duplican las posibilidades de expresión en combate.
Estas mecánicas representan la esencia de Ninja Gaiden 4: una progresión progresiva y equilibrada. Cada sistema contribuye a la claridad del juego. No hay elementos superfluos ni árboles de habilidades complejos. El juego confía en que los jugadores aprendan de sus errores, no de los menús. Los enemigos exigen estudio, no acción repetitiva. Aporrear botones conduce a la muerte, pero dominarlos desata un ballet de agresión y precisión que pocos juegos se atreven a intentar.

El juego defensivo ha evolucionado en paralelo. Las paradas y las esquivas perfectas ya no se sienten como mecánicas prestadas de otras franquicias; se han integrado al ADN de Ninja Gaiden. Una esquiva en el último segundo ralentiza el tiempo, premiando el instinto sobre la paciencia, mientras que una parada exitosa abre el camino para un contraataque. Dan vida al combate; el caos de la batalla se detiene y luego estalla. Es un diseño que favorece la concentración y castiga la complacencia.
No todos los encuentros son fructíferos. Algunos tipos de enemigos se hacen pesados, sobre todo un bruto pasivo que absorbe daño sin inmutarse. Pero ni siquiera ese defecto empaña la emoción de los mejores duelos del juego. Cada combate se siente como un examen técnico: ¿cuán bien puedes leer, reaccionar e improvisar bajo presión? Cada acción tiene consecuencias; cada esquiva te da un respiro. El resultado es una fatiga que resulta gratificante, ganada con ritmo, no con desgaste.

Las batallas contra jefes, tradicionalmente un punto débil de la saga, muestran una notable mejoría. El elenco es memorable: un samurái cibernético, una cortesana demoníaca que blande un parasol como si fuera una espada, un lobo alado con la astucia de un cazador. Cada uno exige un equilibrio distinto entre agresividad y contención. Son combates reactivos, no predefinidos, lo que obliga a los jugadores a ganarse la victoria en lugar de simplemente ejecutarla. La única decepción reside en la repetición de las misiones finales de Ryu, donde los mismos jefes regresan sin variación. Este relleno perjudica el ritmo, por lo demás, cuidado y meticuloso.
Más allá del combate, la influencia de Platinum se extiende por otros ámbitos. Recorrer las ruinas de Tokio combina libertad de movimiento con espectacularidad. La inclusión de un gancho, un traje de alas y una tabla de surf puede parecer un lujo, pero cada sistema de movimiento tiene su propósito, convirtiendo la exploración en breves momentos de relajación entre combates. Los niveles son mayormente lineales, pero están salpicados de desvíos ocultos que conducen a desafíos adicionales o consumibles. Las breves misiones secundarias —conteo de bajas, calabazas secretas, arenas ocultas— prolongan la vida del juego sin necesidad de recurrir a la repetición excesiva.

La rejugabilidad está muy bien implementada. Tras completar la campaña, los jugadores pueden volver a jugar cualquier capítulo, intentar de nuevo las salas de combate o escalar posiciones en las clasificaciones online. Cuatro modos de dificultad garantizan un desafío constante para quienes disfrutan de la repetición. Ninja Gaiden 4 no se basa en un modelo de juego como servicio ni infla su contenido; simplemente recompensa la maestría continua, ofreciendo motivos para volver sin incentivos artificiales.
A pesar de su fuerza, la narrativa del juego sigue siendo superficial. Los personajes hablan de forma expositiva y los momentos emotivos resultan vacíos. El equipo de Yakumo aporta diálogos de fondo que añaden textura, pero poca profundidad. El arco argumental de Ryu, otrora mítico, se reduce a nostalgia. Sin embargo, la decisión de priorizar la jugabilidad sobre la narrativa se siente deliberada, incluso desafiante. En un mercado dominado por experiencias cinematográficas, Ninja Gaiden 4 resulta refrescantemente mecánico: una obra que valora la interacción del jugador, no las escenas cinemáticas.

Visualmente, es una colaboración hecha visible. El estilo de Platinum da forma a cada fotograma: fluido, expresivo, exagerando el peso y el impacto sin perder la coherencia. La sobriedad de Team Ninja le aporta solidez. La violencia es extravagante pero disciplinada. La sangre salpica a borbotones, las extremidades vuelan, y sin embargo, nunca cae en la parodia. La lluvia persistente de la ciudad añade una densidad táctil a cada encuentro, empapando el movimiento con luces y sombras.
Esta contención en medio del caos le da identidad al juego. Se siente como algo antiguo renovado, no reinventado, sino reforjado. Cada mejora —control de la cámara, fluidez de movimiento, sincronización de los bloqueos, las formas gemelas— surge de forma natural de la base de la saga. Los desarrolladores parecen comprender que Ninja Gaiden necesitaba evolución, no reinvención.

Sus fallos, por otro lado, son honestos. La narrativa flaquea porque el género rara vez se caracteriza por su profundidad. Las secciones duplicadas de Ryu existen porque la nostalgia es difícil de equilibrar. Incluso los encuentros con enemigos poco convincentes subrayan una verdad de diseño más amplia: el juego funciona mejor cuando respeta la inteligencia del jugador.
Cuando terminan los créditos, el cansancio da paso al ímpetu. Quieres volver a luchar, probar nuevas mejoras, agudizar tus reflejos. Es la señal de un juego de acción que cumple su cometido: enseñar sin sermonear, desafiar sin condescendencia. La violencia se convierte en ritmo, y el ritmo en memoria.

El lanzamiento de Ninja Gaiden 4 consolida a 2025 como un año estelar para los juegos de acción y personajes, a la altura de títulos como Ragebound y Shinobi: Art of Vengeance. No reinventa el género, pero recuerda a los jugadores la importancia de este formato. La reseña de Wakeling concluye con esta misma reflexión: «Cada cambio es significativo, pues refuerza los sólidos cimientos y perfecciona la fórmula para potenciar al máximo su fenomenal sistema de combate».
Es un resumen preciso. Ninja Gaiden 4 no reclama un trono; simplemente demuestra que el legado aún importa.

Comentarios